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¿Eres un emprendedor creativo?

Robert Green nos habla en su libro Mastery sobre los atributos esenciales de un emprendedor exitoso

México D.F. a 13-11-2012

¿Cuáles son las claves de la verdadera creatividad? ¿Cómo podemos saber si ese chavo que ha ganado ese concurso de emprendedores tiene lo que hay que tener para hacer triunfar su idea?

En el verano del 95 Paul Graham escuchó un anuncio en la radio que vendía las posibilidades infinitas que ofrecía el, por aquel entonces inexistente, comercio electrónico. El mensaje promocional venía de Netscape, empresa que estaba haciendo ruido para atraer la atención sobre su IPO. La historia sonaba muy prometedora, aunque el mensaje era muy vago. En aquel tiempo, Graham estaba en un momento de duda existencial. Después de graduarse en Harvard con un doctorado en ingeniería informática, Graham había caído en una espiral típica: trabajaría por algún tiempo y a media jornada como consultor de alto nivel de una empresa de software, y luego, con la cuenta cheques llena hasta arriba, se retiraría para dedicarse a su verdadera pasión, la pintura, hasta que se acabara el dinero y tuviera que volver a la consultoría. Con 31 años, ya estaba un poco harto de este patrón, y mucho más harto de la consultoría. Por eso, la perspectiva de hacer mucho dinero muy rápidamente desarrollando algo para Internet le atrajo inmediatamente.

Lo primero fue llamar a su viejo compañero de programación en Harvard, Robert Morris, y convencerlo para formar una startup, aún sin tener ni idea de qué hacer con ella. Después de unos días de discusión, deciden escribir un software que permite a las empresas crear tiendas en línea. El primer obstáculo es que en aquellos días, cualquier software que quisiera triunfar tenía que pasar por el aro de Windows. Como hackers consumados, Graham y Morris detestaban Windows, y nunca se habían preocupado por aprender a desarrollar aplicaciones para el bebé de Bill Gates. Preferían escribir en Lisp y correr sus programas en Unix, el sistema operativo de código abierto.

Decidieron posponer lo inevitable y terminaron por escribir el programa para Unix. Luego tradujeron a Windows, pero una vez que lo lanzaron se dieron cuenta de que hora tendrían que tratar con los clientes y perfeccionar el programa de acuerdo a sus observaciones. O sea, que estaban atados a Windows… por años. La perspectiva era tan desagradable que llegaron a considerar abandonar el proyecto.

Una mañana, Graham se despertó en el suelo del depa de Morris de Manhattan, en donde había estado durmiendo sobre una colchoneta durante los últimos meses. De alguna forma estaba mascullando unas palabras que debían provenir directamente de sus sueños. “Podrías controlar el programa haciendo click en los enlaces”. Cuando por fin salió del todo de su ensoñación, se dio cuenta del alcance de la idea: la posibilidad de crear una tienda en línea que corriera directamente sobre el servidor web. La gente lo descargaría y lo usaría con Netscape, haciendo click en varios enlaces de la página web para crearla. De esta forma, Graham y Morris no tendrían que escribir el típico programa para que los usuarios lo descargaran y los instalaran en su escritorio. O lo que es lo mismo, adiós a tener que lidiar con Windows, para siempre. Graham sabía que no había nada parecido en el mercado, y sin embargo no podía ser una solución más obvia. En un estado de excitación cercano a la taquicardia, le explicó su epifanía a Morris y juntos decidieron intentarlo. En pocos días terminaron la primera versión, y funcionaba a la perfección. Acababan de inventar la primera aplicación web.

En las semanas siguiente refinaron su software y encontraron un angel venture que invirtió un capital inicial de 10,000 dólares por el 10 por ciento del negocio. Los primeros pasos comerciales fueron difíciles, pero poco a poco empezaron a despegar.

La idea inicial, cuyo principal objetivo era evitar el desagrado que les producía tener que trabajar con Windows, resultó esconder un montón de ventajas inesperadas. Al trabajar directamente sobre internet, podían generar un flujo continuo de actualizaciones y probarlas inmediatamente. Podían interactuar directamente con los clientes, lo que les permitía mejorar el programa en días en vez de en meses. Sin ninguna experiencia en ventas, nunca contrataron a especialistas en presentaciones comerciales, y en vez de eso telefonearon directamente a los clientes potenciales. Siendo los vendedores y los desarrolladores de su programa al mismo tiempo, obtenían datos reales sobre las debilidades del software y sobre cómo mejorarlo. Ni siquiera tenían que preocuparse por la competencia, pues el programa era realmente único.

Obviamente, cometieron varios errores, pero la idea era demasiado poderosa para fallar, y en 1998 vendieron la empresa, llamada Viaweb, a Yahoo! por 50 millones de dólares.

Años después, Graham echó la vista atrás para repasar su experiencia. Estaba realmente emocionado por todo aquel proceso que él y Morris llevaron a cabo. Toda la historia le recordaba a lo que antes había pasado con los microchips, o con los transistores… Pero lo más interesante era el proceso que llevó a todas estas creaciones. En primer lugar, los inventores tendrían acceso a una tecnología; luego, los mismos inventores pensarían en que esta tecnología podría ser utilizada para otros propósitos; y finalmente construirían varios prototipos hasta encontrar el que funcionaba. Lo que permite todo este proceso es la flexibilidad una persona para ver más allá de lo evidente. Esta flexibilidad es lo que diferencia a un verdadero emprendedor del resto de la masa.

Después de hacerse rico con Viaweb, Graham se dedicó durante los siguientes años a escribir ensayos sobre Internet, haciéndose muy popular. En 2005 fue invitado por los estudiantes de el departamento de ciencias computacionales de Harvard para dar una charla, y en vez de aburrirlos con un análisis de varios lenguajes de programación, decidió proponer un debate sobre las startups de tecnologías, por qué algunas tenían éxito y la mayoría no. El debate tuvo tanto éxito, que pronto empezó a recibir una oleada de preguntas de los estudiantes sobre sus propias startups. También se dio cuenta de que muchas de estas ideas estaban cerca de ser un éxito, pero necesitaban urgentemente ser refinadas o reconducidas.

Graham quería invertir en las ideas de otros (él mismo se había beneficiado de la mano de un angel venture). El problema era por dónde empezar. Graham no tenía experiencia en inversiones, por lo que no sabía qué elegir. Así, se le ocurrió una idea que en principio era ridícula: invertir simultáneamente 15,000 dólares en 10 startups. Para encontrar estas startups, pondría un anuncio y luego elegiría sus proyectos favoritos. En los siguiente meses aconsejaría a estos 10 novatos hasta el lanzamiento de la idea. Por todo esto, él obtendría el 10 por ciento del negocio. Sería algo así como un sistema de aprendizaje para emprendedores y para fondeadores- Él sería un inversionista horrible, y sus pupilos serían emprendedores horribles: el matrimonio perfecto para aprender rápidamente a moverse en el negocio de las inversiones..

Para llevar a cabo su plan, Graham volvió a recurrir a su amigo Morris. Muy pronto se dieron cuenta de que otra vez tenían entre manos algo más grande de lo que habían pensado inicialmente. Puede que este sistema que habían adoptado para aprender rápidamente los secretos del mundo de la inversión podía se un modelo interesante en sí mismo. ¿Por qué no generar un sistema que produjera en masa proyectos fondeados? ¿Por qué no fondear cientos en vez de docenas de proyectos? En el proceso refinarían sus conocimientos y mejorarían el porcentaje de proyectos exitosos sobre los fondeados.

Si su idea, funcionaba, Graham y Morris sabían que no solo ganarían una fortuna, sino que tendrían un impacto decisivo en la economía, soltando dentro del sistema a miles de emprendedores brillantes. Llamaron a su nueva empresa Y Combinator, y la crearon para que fuera el mayor “hack” dirigido a cambiar la economía mundial.

Transmitieron a sus pupilos sus experiencias y las conclusiones que extrajeron de ellas:
1. La necesidad de buscar nuevas aplicaciones para las tecnologías existentes y necesidades que no han sido satisfechas.
2. La importancia de mantener una relación muy estrecha con el cliente.
3. La simplicidad y el realismo de las ideas.
4. El valor de crear un producto superior, y el destierro de la obsesión por ganar dinero inmediatamente.

Lo que descubrieron es que lo que realmente hace que los emprendedores sean exitosos no es la naturaleza de su idea, o la universidad en la que estudiaron, sino su carácter: la voluntad de adaptar su idea y tomar ventaja de posibilidades que no habían imaginado en un primer momento. O sea, fluidez y tenacidad.

Hoy, Y Combinator vale 500 millones de dólares, y sigue creciendo.

La lección es obvia: la base de la verdadera creatividad es la apertura y la adaptabilidad del espíritu. Debemos experimentar y ver las cosas desde distintos ángulos, buscar posibilidades más allá de lo evidente. La creatividad y la adaptabilidad son inseparables.

Artículo basado en un extracto del libro Mastery, de Robert Greene.

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